MUSICA ES VIDA

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jueves, 10 de febrero de 2011

DOS LOCOS POR EL PIANO Y UN CAFE POR MEDIO

"Locos por el piano." Espectáculo de los pianistas Lilián Saba y Hernán Ríos. Todos los domingos de junio, a las 20, en el Café Mahler del Paseo La Plaza (Corrientes 1660).

Lilián Saba y Hernán Ríos están sentados en una mesa hasta que uno de ellos (la dama) decide tomar la iniciativa de dirigirse al piano y comenzar a tocar.
Por la disposición de mesas y sillas y la ubicación del instrumento en el Café Mahler la distancia y los límites entre el público y el escenario son difusos. El orden de este espacio y la distancia entre el músico y los oyentes generan un ámbito íntimo e informal. Lo mismo sucede con las propuestas que estos músicos decidieron llevar a este café.
Es cierto que sus estilos son muy diferentes entre sí, pero de esos pocos puntos en común se ponen en evidencia la búsqueda de ambos por esa intimidad de "piano solo" y, en ocasiones, la falta de acompañamiento.
Aires folklóricos
Lilián comienza con "Camino recorrido" y "Para empezar a volar" (dos piezas de su álbum "Camino abierto") y luego "Con el río lejos", un tema nuevo. Saba dice que son "aires de" (de vidala el primero, de chaya el segundo). Y no miente. Pero tampoco toma esos "aires" como excusa para volar hacia territorios musicales impensados. Las licencias estilísticas de esta pianista son sutiles, bien elaboradas y provistas de musicalidad. El mejor ejemplo lo da con el gato "El pintao" (de los Hermanos Díaz y Adolfo Abalos), que también le sirve para levantar la temperatura de las teclas y compartir, más tarde, variaciones a cuatro manos con Ríos (algunas sobre "Los ejes de mi carreta", de Atahualpa Yupanqui).
Concepción jazzera
HernánRíos aborda temas folklóricos o de cadencias brasileñas desde una concepción jazzera, en los que la rítmica se diluye y la armonía crece como un reflejo de un espíritu reflexivo pero inquieto.
Ríos tiene la curiosidad, la osadía y la irreverencia para desmenuzar las virtudes que un compositor ha puesto en una línea melódica y en una vuelta armónica. Por momentos lo hace con gran lucidez, en otros esa mirada tan introspectiva necesitaría un cable que lo conectara mejor con el público.
Su ingenio parece más accesible cuando llega el invitado de esa noche, el flautista Rubén Izarrualde. El diálogo, que comienza con guiños y algunos rebusques que sólo ellos disfrutan, luego se transforma en un discurso que mantiene la atención de toda la audiencia, sin importar el lenguaje musical que el dúo proponga: influjos brasileños de Tom Jobim, valses tangueros como "Palomita blanca" o zambas del estilo de "Si llega a ser tucumana". Entonces la compañía se transforma en el mejor recurso.

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