MUSICA ES VIDA

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MUSICA,TERAPIA,SALUD Y VIDA

miércoles, 12 de enero de 2011

DE LA MUSICA COMO LA PASION PERFECTA

Contamos con tres especies de música, La primera produce simplemente placer, la segunda expresa (y suscita) las pasiones, la tercera se dirige a nuestra imaginación.
La melodía (la música) natural es la que produce en el hombre (en general) uno de esos tres efectos, bien sea que actúe sobre todos los hombres y siempre, bien que actúe en la mayoría de los casos y sobre la mayoría de los individuos. Las melodías cuya acción es más general son las más naturales.
La música que despierta en nosotros sensaciones agradables se utiliza durante el descanso, proporcionándonos un estado de reposo. A su vez, la que despierta en nosotros las pasiones se ejecuta cuando nos proponemos hacer que alguien obre bajo la influencia de una pasión determinada o suscitar en él un estado de ánimo especial bajo el imperio de una pasión dada.
La música que excita la imaginación subraya los poemas y ciertas formas oratorias. Se une a las palabras para acentuar su efecto.
La primera clase de música, la que procura una sensación agradable, puede también despertar las pasiones; y puede asimismo excitar la imaginación, exactamente igual que la que despierta las pasiones. En efecto, en otros tratados hemos mostrado como las pasiones despiertan la atención y la imaginación. Por otra parte, cuando las palabras de un poema van acompañadas por notas agradables, cautivan aun más la atención del oyente.
Evidentemente, la música que reúne a la vez las tres cualidades a que acabamos de aludir es la más perfecta. Esa música actúa sobre nosotros como un poema, pero menos completamente; sólo imperfectamente desempeña el papel de la poesía.
Cuando se la adapta a un poema, su efecto resulta más poderoso y, a su vez, las palabras resultan más expresivas. La música más perfecta, la excelente y la más eficaz es pues la que reviste todos los caracteres que acabamos de señalar. Esa música sólo puede ser la que expresa la voz humana. La música instrumental posee a veces algunas de esas cualidades.
El talento para la ejecución musical es pues de dos tipos: uno concierne a la ejecución de las melodías perfectas que nos brinda la voz humana, el otro al manejo de los instrumentos. Este último tipo de ejecución se subdivide de acuerdo con la índole del instrumento, según que se trate de un laúd, de un tunbur o de otro cuerpo sonoro del mismo linaje.
A su vez, el canto se subdivide de acuerdo con el tipo de poesías a las que se aplican las melodías y de acuerdo con la finalidad que se persigue. El talento para cantar es distinto según que se trate de una romanza, de una lamentación o de una elegía, lo mismo que ocurre con el talento que exige la declamación modulada de un poema o de cualquier otra forma de discurso. La hida (canto de los camelleros) requiere un talento distinto.
La música instrumental sirve a veces de respuesta al canto en la medida en que puede imitar la voz humana. Así, puede acompañar a ésta, enriquecerla o hacer de preludio y de intermedio. Los intermedios permiten al cantante descansar; además, completan la música expresando lo que la voz no puede darnos.
Hay otra especie de música instrumental, la cual está constituida de tal modo que difícilmente puede imitar la música perfecta (vocal); no puede pues proporcionar a ésta ninguna ayuda. Podríamos comparar este tipo de música con una decoración cuyo dibujo no recuerda nada real pero que es un puro regalo para nuestros ojos.
Citaremos como ejemplo los tarayiq y los rawasin del Jorasán y de Persia, que ninguna voz es capaz de reproducir.
Como ya hemos dicho, esta música carece de algunos factores de perfección. Al oírla, nos asalta el deseo de encontrar en ella justamente los que le faltan. A la larga esta música fatiga el oído y lo exaspera, desde el momento en que el deseo que despierta no resulta satisfecho. Sólo debería recurrirse a esta música cuando se desea educar el oído o ejercitar la mano en el manejo de los instrumentos; así servirá de preludio o de intermedio al canto.
Son ciertas cualidades naturales, innatas, propias de su instinto, las que permiten al hombre componer música.
Entre esas cualidades o disposiciones, citaremos la inclinación del hombre por la poesía y el instinto que le empuja a emitir ciertos sonidos especiales cuando se siente invadido por el júbilo y otros distintos cuando es presa del dolor.
Debemos citar también el instinto que le incita a ir en querencia del descanso tras un duro esfuerzo o a buscar un medio que absorba su atención para olvidar la fatiga del trabajo.
En efecto, la música posee el don de absorbernos, de disipar el cansancio consecutivo a una ruda tarea, haciéndonos perder la noción del tiempo dedicado a esa tarea y ayudándonos a soportar la fatiga que engendra.
Efectivamente, la noción del tiempo nos recuerda la fatiga que el movimiento genera -el tiempo no es función del movimiento, como tampoco éste función de aquél-. Por tanto, la fatiga es producida por el movimiento y el tiempo está vinculado al movimiento. Así, perder la noción del tiempo es perder la noción de la fatiga.
Por otro lado, se afirma que el canto tiene una influencia sobre los animales. Es justamente lo que ocurre con la hida, canto de los camelleros de Arabia, el cual actúa sobre los animales que conducen.
Esto es todo en lo que atañe a la inspiración musical. Examinemos ahora cómo nacieron las distintas ramas de la música práctica. La música se ha desarrollado hasta convertirse en una ciencia gracias a esas dotes o disposiciones innatas a las que acabamos de aludir.
Había unos que cantaban para procurarse sensaciones agradables o un descanso, para olvidar la fatiga y la noción del tiempo. Otros trataban de reavivar o, por el contrario, de disipar un estado de ánimo, una pasión, de modificarla, atizarla, olvidarla o apaciguarla. Por último, otros cantaban para hacer más expresivos sus poemas y conseguir que excitaran más vivamente la imaginación de sus oyentes.
Por todos estos motivos los hombres se aficionaron pronto a tararear, a cantar, a vocalizar. A través de las edades, de generación en generación y de pueblo en pueblo, la producción musical fue aumentando poco a poco.
Ciertos individuos particularmente dotados adquirieron el talento para componer música en las tres formas que hemos descrito anteriormente.
Cada uno se esforzaba por superar a sus predecesores. Gracias a la perseverancia que pusieron en su trabajo, se hicieron célebres. De sus sucesores, unos eran incapaces de componer y se contentaban con reproducir las obras de sus antecesores, desarrollando el talento para la ejecución; los otros poseían el talento para componer inspirándose en las obras anteriores y, de este modo, contribuían a enriquecer la música.
Así se fueron sucediendo los músicos. El arte pasaba de un pueblo a otro, de una generación a otra, a través de las edades. Las tres especies de música acabaron por fundirse y mezclarse entre sí.
¿Trátase de excitar o de apaciguar esta o la otra pasión? Se ha observado también que tal cosa se consigue de manera más perfecta sirviéndose de la música consagrada a tal fin y añadiéndole unas notas que procuran una sensación agradable y otras que excitan la imaginación, y asociando a ella la palabra, es decir, componiendo música vocal.
Igualmente, cuando se intentaba excitar la imaginación, insuflar más fuerza a un poema, se reconoció que no sólo había que servirse de la música consagrada a tal fin sino también de aquella cuya propiedad consiste en apaciguar o soliviantar esta o la otra pasión en el oyente, así como de la que le procura una sensación agradable.
Era éste un medio de cautivar su imaginación, de facilitarle la comprensión del poema, de conseguir que el efecto de éste persista más tiempo en su alma, evitándole al mismo tiempo la fatiga y el hastío. Cuéntase que el poeta Alqamah Ibn Abdih se presentó un día en la corte de Al-Harith Ibn Samr, rey de Gassan, para leerle un poema y pedirle un favor. El soberano no le hizo el menor caso. Pero, así que hubo adaptado una frase musical a su poema y se puso a cantar, el monarca le concedió sin demora lo que solicitaba.
Habiendo comprobado que la música vocal acompañada por un instrumento posee una sonoridad más rica, más amplia, más brillante, más agradable y más fácil de aprender de memoria, a causa de la poesía y del ritmo, los músicos trataron de obtener de los distintos cuerpos notas comparables a las del canto.
Con tal fin, examinaron de qué punto salía cada una de las notas que tenían en mientes como integrantes de las melodías que sus compatriotas conocían y aprendían de memoria.
Una vez fijadas esas notas, las marcaron. Los sucesivos artistas eligieron entre los cuerpos naturales o artificiales los que producían esas notas con la máxima perfección. Mejoraron así los diversos instrumentos; si estos tenían un defecto, lo hicieron desaparecer poco a poco; de este modo pudo completarse el laúd y los demás instrumentos.
Una vez perfeccionado así el arte de la práctica musical, se fijaron las reglas de la melodía; se distinguieron las notas y las melodías que son naturales al hombre de aquellas que no lo son y se establecieron grados de consonancia y de disonancia. En efecto, algunas consonancias son perfectas, otras lo son menos.
Por otro lado, la consonancia de ciertos grados es tan débil que la nota es, por decirlo así, disonante.
Se ha comparado con los alimentos esenciales la consonancia perfecta de las notas producidas por la voz humana o por los instrumentos, y con lo superfluo las demás consonancias, menos perfectas, Los sonidos muy agudos y ensordecedores no son naturales, como tampoco los instrumentos que los producen. Esos sonidos sólo se emplean en casos especiales; su efecto es comparable al de un medicamento o incluso al de un veneno.
Los instrumentos que se utilizaban en los campos de batalla producían sonidos de esta índole. Así, un rey del antiguo Egipto ordenó que se emplearan cascabeles y un rey de Bizancio otros instrumentos. Cuando los reyes de Persia emprendían una expedición, los acompañaban una serie de individuos especializados en lanzar aullidos. Estos sonidos son en sí mismos disonantes; pero mezclados con otros y ligeramente modificados, pueden volverse consonantes.
Así nacieron las diversas artes musicales prácticas que acabamos de enumerar.
Después, al examinar el caso de ciertos instrumentos, se observó que podían obtenerse de ellos notas y melodías de un tipo distinto al de las que nos ofrece la voz humana; como ésta, tales notas y melodías pueden producir placer y, aunque no poseen todas las cualidades de las notas vocales, parecen naturales.
En vez de rechazarlas, los músicos las adoptaron de buena gana. Se sirvieron de ellas, apartándose a veces de las reglas del canto, y sacaron de ellas el mejor partido posible. Así nació la música puramente instrumental, que la voz no puede imitar. Ejemplos de ella son los antiguos rawasin del Jorasán y de Persia. Unida al canto, la música instrumental le confiere más fuerza, más relieve, y puede incluso sustituirlo en diversas circunstancias.
De ahí que ambos tipos de música estén íntimamente ligados.
El arte de tocar el pandero, el tamboril y los atabales, el ritmo marcado con las manos, la danza y la mímica ritmada forman aun parte de la práctica musical.
La más imperfecta de estas artes es sin duda alguna la mímica ritmada.
En efecto, el juego de las cejas, de los hombros, de la cabeza y de los miembros se reduce únicamente a movimientos. El ritmo marcado con las manos, el manejo del pandero, la danza, el ritmo marcado con el pie y el redoble de los atabales pertenecen a una misma clase, Todos son superiores a la mímica ritmada en la medida en que los movimientos que requieren producen un choque que a su vez genera un sonido. Sin embargo, este sonido no es una nota, ya que carece de la persistencia y de la duración que imprimen al sonido el carácter de una nota musical.
El laúd, el tunbur, las cítaras, el rabab (rabel) y los instrumentos de viento son superiores a los precedentes por la persistencia del sonido. Este sonido es sostenido, pero aun no posee todas las propiedades de la voz humana, la cual reúne todas las cualidades de los sonidos y es el más perfecto de todos ellos.
Comparadas con las de la voz, las notas de todos los instrumentos son de calidad inferior. Sólo pueden pues servir para enriquecer la sonoridad del canto, para amplificarlo, embellecerlo, acompañarlo y facilitar su retención por la memoria.
Los instrumentos que producen notas cuyas cualidades se asemejan más a las de la voz humana son el rabel y los instrumentos de viento, ellos son los que mejor la imitan. Tras ellos vienen el laúd, las cítaras, los instrumentos de la misma familia y los demás de que hemos hablado.
Por lo que atañe al laúd, sus sonidos se parecen a los de la voz porque pueden, como éstos, sostenerse y fluctuar. En cuanto a las flautas, al rabel y a los instrumentos que se les asemejan, corresponden a la voz humana de manera más perfecta. Sus notas poseen ciertas cualidades gracias a las cuales pueden producir en nosotros algunos efectos de la voz.

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