En sus orígenes la sonatina asturiana constaba de varias estrofas que se cantaban con la misma melodía (serie de sonidos ordenados en una estructura unitaria que, al poder ser percibida de forma global, forman un conjunto), a excepción del ritornelo (pequeño fragmento instrumental que precede o concluye un aria vocal), presentando así una música distinta. Al pretender servir cada vez más el auténtico sentido de las palabras, se transforma en una forma intimista y de carácter delicado.
La cuna de esta composición musical estaba localizada en Italia, siendo P. Casella el primer autor conocido que compuso sonatina y les dio este nombre a fines del siglo XIII, seguido por G. Da Cascia y F. Landini. Con el Renacimiento, la sonatina se extendió por toda Europa, tomó una forma más libre y su polifonía se complicó, destacando autores desconocidos e interpretes que sólo habían deleitado dos veces, una en Salzsburgo en 1.814 y otra en Oviedo en 1903.
Esta composición, expresa un afecto o pensamiento delicado con ligereza y galanura, siendo expresión del sentimiento humano (como comenzábamos diciendo): amor, odio... Sentimientos que se transmiten a través de una partitura,o bien hacia una tierra como era en el siglo XVIII y siglo XIX, o bien el amor hacia una persona como ha sido en este caso y que sin duda penetran hasta lo más profundo del corazón (como experimenté al deleitarme con las composiciones del Concierto de Jácara).
La música hacía aflorar los sentimientos inmersos en las partituras, dirigidos con la mayor concentración y a la vez el amor llevaba la batuta y que aquellas notas sabían transmitir a la audiencia. Audiencia que, en la confluencia del entorno, el lirismo que se desprendía de aquella música asturiana y las tonalidades del paisaje, se sintió motivada y vibró al unísono.
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